Enana, quizá tenía como siete u ocho años. Quería ser la protagonista de todo, quería ser la que siempre llamaba la atención. La que salía a la calle con una corona de plumas rosas y brillantes y a la que le encantaba imaginarse el perfecto baile con su príncipe azul y que le abrían la puerta de la carroza. Esa niña que no bajaba de los tacones de plástico de la Cenicienta. Me sentía la más alta y hacía ruido con ellos para saber que estaba allí, presente. Ahora, me he dado cuenta de que aunque fuese una niña segura de mi misma y me daba igual todo, solo quería que la gente que se enterase que yo estaba allí por alguna razón. Bien, ahora me tengo que aplicar lo recordado de un pasado. Debería ponerme más a menudo unos tacones y taconear con ellos. Que yo estoy por algo.